Friday, January 27, 2006

AVIADOR SIN ALAS

Estar anclado en la tierra de la realidad, esperando a la llegada de un motivo para echar a volar. Ponerme el mono, las gafas, el chaleco, subir a la cabina y escapar a la gravedad y perderme entre las nubes de la esperanza, los vientos de las posibilidades remotas y los rayos de la ilusión. Realizar acrobacias recreándome en las sensaciones de lo que podría llegar a ser, cerrar los ojos y sentir cómo voy subiendo cada vez más alto, más alto. Dejar que el anhelo se instale en el corazón y actúe como propulsor. Traspasar la barrera del sonido de las cosas mundanas e intentar llegar a la velocidad en el que los sueños empiezan a tener forma y casi se pueden palpar...

Es una sensación hermosa, jubilosa, esperanzadora. Dejarte llevar por las ensoñaciones. Caminar entre los mortales y no estar junto a ellos puesto que tu mente vuela tan rápido como la luz entre sueños tan hermosos que no quisieras volver. Pero, para desgracia mía, la velocidad, la altura, las cabriolas tienen un precio. El fuselaje empieza a fallar, el propulsor se queda sin combustible y te das cuenta, al abrir los ojos de que estás tan alto que no puedes ver el suelo. Y empiezas a caer, sientes cómo la fuerza de la gravedad tira de ti. Sientes pánico pues no quieres abandonar ese lugar de sueños perfectos. Tiras de la anilla del paracaídas de la razón y esperas que, como en otras veces, la caída sea más suave, a pesar de que sabes que volverás a la superficie, a estar rodeado de las cosas mundanas. Pero esta vez el paracaídas falla y sabes, con un terror que se te clava en las entrañas, que el golpe va a doler demasiado esta vez. Y caes, y te estrellas y el golpe es más de lo que esperabas, el dolor es insoportable y piensas que ya no podrás levantarte de nuevo.

Y lo gracioso de todo esto es que no es la primera vez que te estrellas. No es la primera vez que pronetes que nunca más volverás a volar, que más vale andar por tierra firme que pasear por las alturas. Pero, en tu fuero interno, deseas encontrar cuanto antes esa excusa para volver a remontar el vuelo con la esperanza de que esta vez, esta bendita vez, sea la buena.

Una canción: Nessun Dorma

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