Monday, March 17, 2008

Poli Bueno



Sentado en su cama, iluminado con esa media luz que despide, a duras penas, la lámpara de noche, un montón de pensamientos se arremolinan en su mente. Su postura, sus hombros caídos y su cabeza inclinada sobre el pecho. Sus ojos, entrecerrados, no apartan la vista del objeto que sostiene en su mano derecha. En la izquierda, el peso de un objeto frío y letal le recuerda su presencia. Un destello dorado sale de su mano, a la luz de la lámpara.

En su mente se hace fuerte un único pensamiento, dos únicas pregunta: ¿Me he equivocado de profesión? ¿Aún estoy a tiempo?

Llega la mañana, otro trayecto más, este al más amargo, hacia la comisaría. La entrada le parece enorme y amenazadora. El recorrido por el pasillo, en dirección a la oficina de su jefe. Un toque en su puerta, suena como el estallido de una pistola en la sala de prácticas. Una voz, al otro lado, dando permiso para entrar. Paso tranquilo, el peso de su mano, al ser alzado le pide otra oportunidad. Un sonido seco al dejarlo sobre la tarima de la mesa: su placa y su pistola. Una sola pregunta:

- ¿Qué significa esto?

Su mirada tranquila, el corazón, otrora desbocado, recupera su ritmo normal, sus hombros se elevan y una sonrisa socarrona asoma a su boca:

- Es sencillo. El poli bueno se va. Me voy.

Su jefe le mira, medio sorprendido, su dedo índice sobre la placa de su subalterno.

- ¿Por qué?

Respira hondo, cierra los ojos y deja salir las palabras:

- Simplemente, necesito irme. Lo que antes era todo, ahora es nada. No quiero ser parte de la nada.

Levanta la mano en ademán de despedida mientras se gira para marcharse. Sus pasos se pierden en el pasillo.

El poli bueno se va. Adiós.

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