Thursday, October 05, 2006

¡BATALLA!



El frío viento azota las zonas de mi rostro que no están cubiertas por el casco. Mis manos, enfundadas, agarran con fuerza el pomo de mi espada. Si me concentro puedo, perfectamente, notar las anillas de mi armadura sobre el lino de mi camisa. Ante mi, desde mi promontorio, puedo contemplar en su totalidad la llanura donde el ejército enemigo permanece formado. Hileras e hileras de seres humanoides provistos de toda suerte de armas, desde espadas hasta mazas de rudimentaria manufactura. Seres que han tenido la osadía de entrar en el reino de mi señor matando, saqueando y mancillando estas benditas tierras. A mi lado, esperando pacientemente, se encuentra mi ejército. Hombres leales a su rey y a mi, su general. Confiados en que les lleve a la victoria en este día. Esperando a que de la señal para hacer pagar a nuestros enemigos todas las fechorías que han hecho en nuestro reino. Los cuervos vuelan en círculos esperando, pacientemente, a que termine la carnicería y llenar sus buches de la carne de los caídos.

Un cuerno suena en las filas enemigas. Un rugido recorre la línea cuando pesados pies embutidos en botas metálicas se mueven al unísono en nuestra dirección. Al cabo de un momento puedo distinguir, claramente, las figuras que componen la línea frontal. Localizo a mi adversario. El general enemigo. Un enorme ser musculoso y armado de una gran hacha de doble filo. Bien, bien. Veo que hoy me ejercitaré de lo lindo en el arte de la guerra. No hagamos esperar a nuestros enemigos. Evitemos que se cansen en demasía con la caminata. Con un profundo grito levanto mi espada y empiezo a andar hacia las filas enemigas seguido del resto del ejército. Aumento el paso según la distancia disminuye. Has mi ya llega el hediondo olor que emanan esas criaturas. La distancia es de menos de cincuenta metros. Ya estoy corriendo. Sin tener que mirar hacia atrás se que mi ejército me sigue a la carrera. Veinte metros. Levanto mi espada un momento antes de llegar a la altura del orco más cercano. Su cabeza sale volando con una expresión en su cara de sorpresa.

Ya ha comenzado la batalla. El sonido del metal chocando contra el metal engulle cualquier otro sonido. Mi espada no tarda en teñirse con la sangre de mis enemigos. ¿Dónde está? ¿Dónde se encuentra mi adversario? Recorro la batalla con la mirada en busca del general enemigo. Allí está, rodeado de media docena de hombres que no son capaces de acabar con él. Su hacha cae implacable. Me abro paso hacia él acabando con todo aquel que se me interpone. Para cuando llego a su altura ya ha dado cuenta de sus adversarios. Cuerpos mutilados yacen a sus pies. Nuestras miradas se encuentran y comienza el baile mortal. Nuestras armas se cruzan, las chispas saltan cuando las hojas chocan. La fuerza bruta de mi enemigo empieza a ganar ventaja. Tropiezo con el cuerpo de un caído y a duras penas consigo esquivar el ataque dirigido hacia mi cabeza. He de esperar el momento oportuno, encontrar un hueco en su guardia donde meter la punta de mi espada… Ahí está. Con un movimiento más rápido que el rayo clavo la punta de mi espada en la axila de mi adversario. Un rugido sale de su boca. Con el siguiente golpe arranco el hacha de sus manos y su cuerpo cae por tierra cuando mi bota impacta en su pecho. ¡Ya eres mío! Levanto mi espada para acabar con la vida de mi enemigo y, rezo a los dioses, acabar con la batalla que ruge alrededor. Grito de rabia y triunfo cuando mi espada desciende sobre la cabeza de mi enemigo…

-¡Rober!.

¡Maldición! Mi hoja se detiene a escasos centímetros de la cara de mi enemigo. Me vuelvo hacia la voz. ¿Quién me ha llamado? En ese momento mi enemigo aprovecha para incorporarse.

-¡Rober, hijo! ¡A comer!.

La cara de mi enemigo desaparece, el campo de batalla se desvanece. Todo deja de existir para dar paso a una habitación bien conocida. Mi enemigo ha escapado.

-¡Voy, mamá!

Antes de salir de la habitación me vuelvo y puedo ver la cara de mi enemigo sonriendo. Espera que, después de comer, terminaremos nuestra lucha y, juro por los dioses, que seré el vencedor.

-¡ Rober, a comer! ¡No te lo repito más!
-¡Voy, voy!

3 Comments:

Anonymous Anonymous said...

¿Por qué será que me suena? ;-) Todas las madres son iguales: tienen el don de la oportunidad.

5:46 AM  
Blogger E-DWARF said...

¿Por qué será que me suena? ;-) Todas las madres son iguales: tienen el don de la oportunidad.

5:46 AM  
Anonymous Anonymous said...

Je. Porque no has estado masacrando Defias cuando ha sonado el teléfono...

12:12 AM  

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