POLI BUENO, POLI MALO.

Todos los vecinos les conocían como el Poli Bueno y el Poli Malo de forma cariñosa. El mote de Poli Malo le cayó al más bajito de los dos. Su forma de hablar, de llamar la atención a los chavales que inflingían las normas de civismo o dirigir el tráfico y, de forma esporádica, algún grito que otro le valió este apelativo. El más alto de ellos era conocido como el Poli Bueno. No se diferenciaba demasiado de su compañero. Tan sólo tenía una forma de hablar diferente que la de su compañero y tenía la costumbre, a veces acertada y otras no tanto, de intentar hacer reír al vecindario. Juntos hacían una pareja peculiar pero que intentaba compenetrarse entre sí lo mejor que podían.
El Poli Bueno respetaba y admiraba profundamente a su compañero cada vez que se paraba a regañar de forma cariñosa a los niños que intentaban cruzar sin mirar, cómo no le importaba perder varios minutos explicándoles los beneficios de mirar a ambos lados. También sentía que nunca llegaría al nivel de conocimiento de las calles del que hacía gala, sin querer, su compañero. Nunca se lo dijo, tan sólo se lo guardó e intentó mejorar como policía, aprender de su compañero, más experto, más curtido en esas lides. Guardando en la memoria las lecciones que, sin darse cuenta, daba su compañero cada día.
"¡Ya viene el Poli Bueno y el Poli Malo!", decían los niños al verles doblar la esquina. Uno más alto y el otro más bajo. Con andares tranquilos, como si el mundo pudiera esperar, por las calles de su barrio, en una ciudad cualquiera, en un continente cualquiera.
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