LA ÚLTIMA DEFENSA.

¡no,no,no,NO! He de seguir despierto. Abrir los ojos, seguir adelante, no dormir, no parar. Seguir, seguir en pie. He de aferrarme a la vida. A pesar de que este cuerpo marchito haya tirado la toalla he de seguir adelante. Demasiadas veces la he burlado en el campo de batalla. Demasiadas como para dejar ahora que venga a mi y me sorprenda indefenso.

He de aguantar un poco más. ¡Sólo un poco más!. No puedo abandonarles ahora. Quedamos tan pocos. Tan pocos y todos exhaustos. La mente se me nubla por la pérdida de sangre. ¡No, no, no!. Despierta Rodrigo, despierta. Ya vienen, sólo un último esfuerzo y habrá acabado todo. Oigo sus tambores. Me hace gracia recordar sus caras de sorpresa al descubrir a un viejo, al que creían indefenso y sin fuerza para sujetar la espada a causa de las heridas, segando sus vidas como un agricultor siega la miés con la guadaña. Demasiadas batallas hay sobre estos pobres huesos míos. Demasiadas cicatrices de las que hacer gala en pos de la defensa de la cristiandad. Demasiado vivido a mis 49 inviernos.

Ya llegan. Veo sus estandartes, sus escudos. Ya queda poco para reunirme con mi creador. Ya están aquí. Levanto mi espada para parar el primer golpe. Con mi bota golpeo la rodilla de mi enemigo y, cuando cae, le acuchillo sin piedad. La sangre se confunde con la cruz bordada en mi túnica. No deja de resultar irónico pensar en cómo llegué a formar parte de la Orden del Temple. Este pensamiento pasa fugazmente al tener que desviar con el escudo una lanza dirigida a mi pecho. Le rajo la cara a mi contrincante y le dejo en el suelo gritando como un cerdo en San Martín. Consigo parar otra estocada pero, por el rabillo del ojo veo centellear una espada que se dirige hacia mí... Ya acaba todo, Rodrigo. Por fin descansarás y expiarás tus pecados ante Dios nuestro Señor.