Wednesday, November 12, 2008

Nunca Fue un Héroe.

Nunca fue un héroe. Siempre decía que no tenía arrestos suficientes para hacerse el valiente y que tenía demasiado apego a la vida como para arriesgarla en empresas ajenas. En todas esas ocasiones lo decía parapetado detrás de una jarra de cerveza, sentado en el mismo rincón del bar al que, desde hace años, acudía siempre a la misma hora para ver a las mismas personas de siempre y escuchar los comentarios e historias de siempre. Una jarra de cerveza, unos cacahuetes, unos libros de los suyos y esa pipa a la que daba unas largas y sosegadas caladas y que le confería ese aire friki. Por supuesto tenía el concepto erróneo de que fumar en pipa le daba un aire interesante. Lástima que su indumentaria y su complexión echaran por el suelo esa teoría y le diera, más bien, una apariencia estrafalaria.

Después de salir del trabajo, que no le llenaba y que hacía por obligación y desgana, se pasaba las horas muertas en ese rinconcito privado leyendo, empapándose de las aventuras y los peligros que arrostraban los protagonistas de esas novelas. Se imaginaba siendo el capitán de ese barco de la Armada Inglesa que surcaba los mares en busca de los navíos franceses. O cruzando los desiertos acompañado de los más variopintos seres en busca de un tesoro al final de una tenebrosa mazmorra. Se imaginaba todas esas cosas para luego volver a la realidad, para darse cuenta de que la pipa se le había apagado al quedarse absorto en la lectura, que la media tarde se había convertido en noche y que los parroquianos de la tarde, esos viejecitos que van a contar sus penas a ese sufrido oyente que es el camarero, habían sido sustituidos por las aves de presa que salen a la noche.

Todo volvía a ser la misma rutina de siempre, pagar la consumición que se había quedado aguada por los hielos, recoger sus pertenencias y dar el paseo hacia casa para cenar, ducharse e ir a la cama. La misma balsámica rutina de todos los días. Pero esa rutina se rompió aquella noche, en el bar de siempre, cuando entró aquel extraño hombre al cual no se le podían ver con claridad los ojos. Tal era su extraño aspecto, un tanto friki por ir todo de negro. Se podría tomar como uno de esos góticos con dolencia existencial que pululan por la ciudad, pero algo de él inquietaba y provocaba desasosiego.

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