Friday, March 28, 2008

EL CAZADOR. Paso ligero.

Una cadena menos. Su caminar era más liviano, sus huellas menos marcadas en el polvoriento suelo de las lomas que estaba recorriendo en busca de la presa. Esa presa que había estado acicateando su imaginación y su ánimo y que impulsaba su alma obligándole a dejar atrás su solitario refugio.

Ahora ganaría tiempo, recortaría la ventaja que la presa le sacaba. Ya casi podía saborear el jugoso bocado del triunfo en su boca. Pero no se podía permitir darse el lujo de la euforia, puesto que la presa todavía no estaba cazada. Pero no podía reprimir el sentimiento de que el tiempo corría a su favor.

Una huella en el camino atrajo su atención. Una revisión rápida le indicó que era más reciente que las demás. No demasiado, pero si más reciente. Efectivamente, estaba ganando terreno, pero tendría que esperar la persecución. La tarde caía demasiado rápido y era momento de buscar un lugar adecuado para acampar. Arrebujado en su manta, mirando la boca de lobo que era la noche, su mente voló a un momento en concreto. Se vio tocando su vieja guitarra, más joven, notando bajo sus manos las sinuosas curvas que conformaban la caja, el tacto frío de las cuerdas y el susurro meloso al rasgar las cuerdas. Casi sin darse cuenta colocó sus manos alrededor de una guitarra imaginaria y empezó a tocar una melodía que tan sólo él podía oír.

El tiempo pasó a paso de galgo mientras el cazador seguía la progresión en la melodía. Tras el último acorde abrió los ojos. En el cielo la luna estaba colgada como un farol. Su luz mortecina daba un hálito fantasmal a los alrededores. Ya era hora de echarse a dormir. Mientras se arrebujaba más en su manta un pensamiento caló hondo en su mente: cuando terminara la cacería volvería a tocar su vieja guitarra, a tener esos momentos íntimos con ella, a retomar esa relación cómplice, casi amorosa, que es el saber sacar de esas cuerdas una melodía que tocara el corazón.

Si, volvería a tocar su guitarra, pero la presa esperaba.

Monday, March 17, 2008

Poli Bueno



Sentado en su cama, iluminado con esa media luz que despide, a duras penas, la lámpara de noche, un montón de pensamientos se arremolinan en su mente. Su postura, sus hombros caídos y su cabeza inclinada sobre el pecho. Sus ojos, entrecerrados, no apartan la vista del objeto que sostiene en su mano derecha. En la izquierda, el peso de un objeto frío y letal le recuerda su presencia. Un destello dorado sale de su mano, a la luz de la lámpara.

En su mente se hace fuerte un único pensamiento, dos únicas pregunta: ¿Me he equivocado de profesión? ¿Aún estoy a tiempo?

Llega la mañana, otro trayecto más, este al más amargo, hacia la comisaría. La entrada le parece enorme y amenazadora. El recorrido por el pasillo, en dirección a la oficina de su jefe. Un toque en su puerta, suena como el estallido de una pistola en la sala de prácticas. Una voz, al otro lado, dando permiso para entrar. Paso tranquilo, el peso de su mano, al ser alzado le pide otra oportunidad. Un sonido seco al dejarlo sobre la tarima de la mesa: su placa y su pistola. Una sola pregunta:

- ¿Qué significa esto?

Su mirada tranquila, el corazón, otrora desbocado, recupera su ritmo normal, sus hombros se elevan y una sonrisa socarrona asoma a su boca:

- Es sencillo. El poli bueno se va. Me voy.

Su jefe le mira, medio sorprendido, su dedo índice sobre la placa de su subalterno.

- ¿Por qué?

Respira hondo, cierra los ojos y deja salir las palabras:

- Simplemente, necesito irme. Lo que antes era todo, ahora es nada. No quiero ser parte de la nada.

Levanta la mano en ademán de despedida mientras se gira para marcharse. Sus pasos se pierden en el pasillo.

El poli bueno se va. Adiós.